Hola, soy Sandra Álvarez y voy a dedicar este espacio para ubicaos en el contexto de mi vida, de mi desarrollo como ser humano.

Yo viví mi infancia observando. Observando las injusticias de una sociedad y un mundo que no da la cara a la infancia, sino que le da la espalda.
Injusticias que a día de hoy siguen presentes. Y es por ello que quiero decir alto y claro que;

La infancia no tiene que adaptarse al mundo porque así es la vida.
El mundo tiene que volver a tener en cuenta las necesidades que un día dejamos de escuchar.

-Los niños siguen sintiéndolas-

Desde niña tomé nota. Tomé nota de aquello que no me sentaba bien. Primero lo hice en mis memorias más profundas, las emocionales. Y después, lo hice desde un plano más racional. Fui consciente de que el sistema había fallado.

Gracias a esto surgió en mi interior una intención, un propósito de vida.

Dar vida y hacerlo diferente.

Esto me alejó de sentirme insuficiente para este mundo y de evitar enfrentarme a la vida.

Crecí siendo una niña introvertida, tranquila y obediente.
Esta condición hizo que en muchas ocasiones me sostuviera a mí misma.

Una de mis fortalezas es mi fuerza interior y en parte creo que existe relación con lo anterior.

Con el tiempo entré en esa etapa que te revuelve todo por dentro, un revuelo tan poderoso como capaz de cambiar tus patrones de conducta. Estoy hablando de la adolescencia. En ella me llegó el poder de golpe, nuevito, sin estrenar.
Y estaréis conmigo que cuando una persona se siente por primera vez con el poder de hacer, lo quiere hacer todo a su manera.
Me llegó la urgencia, la urgencia por cambiar el rol de mi vida. Me llegó la necesidad de sentirme libre, de volar y soltar la cadena que me ataba el control externo. Los actos que esconden estos sentimientos pueden tacharse de rebeldía, sin embargo, es autoestima.

Después de esta tormenta, llegó la calma y con ella la juventud, y con esta un primer grado de madurez.
En esta etapa del camino fue donde conocí a la persona que me dio una luz diferente con la que alumbrar el mundo. Una persona en cuyos valores destacan la empatía, el respeto y una asertividad admirable. Me dio las claves para empezar a mirarme a través de mis propios ojos y esta persona hoy es el padre de mi hijo. Juntos hemos formado esta familia que tiene el sueño de ser contribución para este mundo.

Bueno, pues todo esto es lo que me lleva a ser lo que soy hoy. Una persona con autoaceptación, hago cosas mal y también muchas bien. Con un autoconcepto positivo, me amo y respeto como nunca antes. Soy una de mis personas favoritas.

Pero es cierto, que verme y sentirme así, no solo me lo ha dado mi familia sino que también me lo han dado todas y cada una de las formaciones que hecho de la mano de grandísimos profesionales y aun por encima de eso grandísimas personas como lo son Marisa Moya, Anabella Sacket, Ivonne Laborda, Kristian Orozco, Ále Sandoval, Maria Soto y las que quedan por llegar a mi vida.

Y los libros, los libros también me han dado grandes ideas, grandes motivaciones y aspiraciones.

Todo esto no podría haberse dado sin el trabajo anterior de Alfred Adler y Rudolf Dreikurs. Con los que comparto algo más que una filosofía de vida. Comparto su ilusión, sus ganas y su confianza porque todo pueda ser también diferente.

A día de hoy soy educadora de disciplina positiva para las familias, para las maestras de primera infancia y para las relaciones. Acompaño a las personas hacia ese punto del camino donde empieza el crecimiento personal.

A día de hoy sigo observando, he descubierto cuánto me gusta escribir y para el futuro me llevo mis ganas de seguir aprendiendo siempre.

El día que Ian me convirtió en madre, nací con él.

Y desde entonces voy creciendo a su altura. A esa altura que me permite conectar mi niña interior con el ser al que he dado la vida.
Una de las intenciones de este proyecto es aportar para contribuir al cambio. Al cambio social.
Creando una sociedad capaz, centrada en cubrir las necesidades de lo que somos, seres humanos.
Y la infancia… La infancia es un manojo de necesidades, una detrás de la otra. Y para estar a la altura de cubrir muchas de ellas necesitamos información y sobre todo necesitamos formación.
Mi camino en la formación empezó de la mano de Marisa Moya.
Y es que la primer vez que viví la disciplina positiva, me inundó, me conectó, y me reafirmó. Porque en realidad la psicología adleriana siempre había habitado en mí. Y así continuó sintiéndolo, cuanto más voy profundizando en ella más siento que pertenezco a este mundo.
Durante esta vivencia todo lo que tenía dentro se rompió en mil pedazos, todas las piezas del puzzle dejaron de encajar, mis engranajes se deshicieron, mi esencia quedo desnuda.
Y lo único que había en mi al salir, de aquella certificación para acompañar familias, fue una semilla. Esa que Marisa plantó. Y que día a día gracias a su luz y a mi esfuerzo va germinando, creciendo y floreciendo, incluso empieza a darme frutos.
Frutos como la autoaceptación, la paz interior, la ampliación de mis límites de felicidad o la liberación de la culpa son algunos de ellos.
Y por esto te animo a pertenecer a esta comunidad que estamos creando de personas que crecen a la altura de sus hijos, a la altura de la infancia, a la altura de las necesidades que no debemos callar, a la altura de sanar tu propio ser. Esa altura que te permita ser la persona que viniste a ser.

¡Te espero y te acompaño siempre!